jueves, 25 de febrero de 2010

Te esperaba

Al terminar exámenes y disponer de unas semanas de relax aprovecho para leer un poquitín. Estoy releyendo Océano Mar de Alessandro Baricco, que soy duro de sesera y al estar narrado en prosa poética no capto todo bien a la primera... Cuelgo un fragmento "pastel" que me gusta aún a riesgo de comer mucha caña (ya estoy amenazado por el Pisha para cerrarme el blog).


De noche. Posada Almayer. Habitación del primer piso, al fondo del pasillo. Escritorio, lámpara de petróleo, silencio. Una bata gris con Bartlebloom dentro. Dos zapatillas grises con sus pies dentro. Hoja blanca en el escritorio, pluma y tintero. Bartleboom escribe. Escribe.

Mi adorada:

Ya he llegado al mar. Os ahorro las fatigas y miserias del viaje: lo que cuenta es que ahora estoy aquí. La posada es acogedora: sencilla pero acogedora. Está en la cima de una pequeña colina, justo delante de la playa. Por la noche se levanta la marea y el agua llega casi hasta debajo de mi ventana. Es como estar en un barco. Os gustaría.

Yo jamás he estado en un barco.

Mañana empezaré mis estudios. El sitio me parece ideal. No se me oculta la dificultad de la empresa, pero vos sabéis –vos únicamente en el mundo- lo decidido que estoy a llevar a cabo la obra que tuve la ambición de concebir y emprender en un feliz día de hace doce años. Me serviría de consuelo imaginaros con salud y con alegría de espíritu.

En efecto, nunca lo había pensado antes, pero la verdad es que nunca he estado en un barco.

En la soledad de este lugar apartado del mundo, me acompaña la certeza de que no queréis, en la lejanía, abandonar el recuerdo de quien os ama y siempre será vuestro

Ismael A. Ismael Bartlebloom.


Deja la pluma, dobla la hoja, la mete en un sobre. Se levanta, coge de su baúl una caja de caoba, levanta la tapa, deja caer la carta en su interior, abierta sin señas. En la caja hay centenares de sobres iguales. Abiertos y sin señas.

Bartlebloom tiene treinta y ocho años. Él cree que en alguna parte, por el mundo, encontrará algún día a una mujer que, desde siempre, es su mujer. De vez en cuando se lamenta que el destino se obstine en hacerle esperar con obstinación tan descortés, pero con el tiempo ha aprendido a pensar en el asunto con gran serenidad. Casi cada día, desde hace ya años, toma la pluma y le escribe. No tiene nombre y no tiene señas para poner en los sobres, pero tiene una vida que contar. Y ¿a quién sino a ella? Él cree que cuando se encuentren será hermoso depositar en su regazo una caja de caoba repleta de cartas y decirle

–Te esperaba


PD: Manzanas y Lucía os recomiendo este libro. Vosotros le sacaréis más jugo que yo.

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